Si les digo que es recomendable añadir bacterias en nuestra dieta, podrían cuestionar mi cordura, pero a lo que me refiero es a los alimentos probióticos. Y de seguro que lo primero que querrán saber es, ¿qué son realmente y cómo funcionan? Pues comenzaré por lo básico, su definición. La palabra probiótico, significa “a favor de la vida” y es el término utilizado para las llamadas bacterias beneficiosas.
Tal vez no lo sabías, pero se ha estimado que en nuestro aparato digestivo habitan unas 400 especies de bacterias. Entre ellas además de las bacterias beneficiosas, hay otras menos deseables, las bacterias patógenas, que originan y desarrollan las enfermedades que a menudo invaden ciertas partes de nuestro organismo.
Las bacterias beneficiosas producen ciertos ácidos (acético, láctico y fórmico), y bajan el pH del intestino grueso, inhibiendo así el crecimiento de bacterias patógenas. Nuestro nivel de salud depende en gran medida de las condiciones de las bacterias beneficiosas y del control que éstas sean capaces de ejercer sobre las patógenas.
Las bacterias beneficiosas poseen por tanto el potencial de mejorar marcadamente nuestra situación nutricional ayudándonos a digerir la comida y produciendo las vitaminas esenciales. También juegan papeles terapéuticos específicos muy importantes. Es debido a estos múltiples beneficios que se les ha otorgado el término de “probióticos” ya que apoyan e intensifican la vida: la nuestra y la de ellas. Esto, en contraste con la actividad de los antibióticos o “antivida”, que eliminan indiscriminadamente a las bacterias, tanto beneficiosas como perjudiciales, cuando son recetados por los médicos para combatir infecciones y bacterias no deseadas por nuestro organismo.
Así que podemos pensar en los probióticos como un ejército bacteriano que nos ayuda a protegernos de la invasión de enfermedades causadas por microorganismos, y defiende el cuerpo contra los agentes patógenos, hongos perjudiciales y virus. Lo importante es que el sistema inmune del cuerpo permanezca fuerte y como consecuencia de esa fortaleza inmunológica los residentes patógenos guarden un perfil extremadamente bajo.
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