Si les digo que es recomendable añadir bacterias en nuestra dieta, podrían cuestionar mi cordura, pero a lo que me refiero es a los alimentos probióticos. Y de seguro que lo primero que querrán saber es, ¿qué son realmente y cómo funcionan? Pues comenzaré por lo básico, su definición. La palabra probiótico, significa “a favor de la vida” y es el término utilizado para las llamadas bacterias beneficiosas.

Las bacterias beneficiosas producen ciertos ácidos (acético, láctico y fórmico), y bajan el pH del intestino grueso, inhibiendo así el crecimiento de bacterias patógenas. Nuestro nivel de salud depende en gran medida de las condiciones de las bacterias beneficiosas y del control que éstas sean capaces de ejercer sobre las patógenas.
Las bacterias beneficiosas poseen por tanto el potencial de mejorar marcadamente nuestra situación nutricional ayudándonos a digerir la comida y produciendo las vitaminas esenciales. También juegan papeles terapéuticos específicos muy importantes. Es debido a estos múltiples beneficios que se les ha otorgado el término de “probióticos” ya que apoyan e intensifican la vida: la nuestra y la de ellas. Esto, en contraste con la actividad de los antibióticos o “antivida”, que eliminan indiscriminadamente a las bacterias, tanto beneficiosas como perjudiciales, cuando son recetados por los médicos para combatir infecciones y bacterias no deseadas por nuestro organismo.
Así que podemos pensar en los probióticos como un ejército bacteriano que nos ayuda a protegernos de la invasión de enfermedades causadas por microorganismos, y defiende el cuerpo contra los agentes patógenos, hongos perjudiciales y virus. Lo importante es que el sistema inmune del cuerpo permanezca fuerte y como consecuencia de esa fortaleza inmunológica los residentes patógenos guarden un perfil extremadamente bajo.
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